La Patria es una dulce proximidad de la tierra
levantada en paisajes largamente previstos;
la Patria es un cercano parentesco de lenguas
que la clave del tono completa en su sentido.
Y es la Patria la exacta medida que define
las distancias comunes de nuestras referencias:
implícito astrolario con órbitas afines
que convoca en su centro las tendencias dispersas.
Cintura establecida de sangre convergente;
territorio anudado por tácitos afectos,
vinculando el lejano planeta indiferente
con el mundo entrañable de la casa y los besos.
Fronteras que el pasado y los muertos y el clima
-movidos por el Angel que vela las Naciones-
pusieron entre el agrio Universo que habitan
confusas geografías y lenguas sin colores;
entre el turbio Universo de raíces distintas
y el círculo dorado que el fuego familiar
determina con alas de mariposas tibias,
circunscribiendo el ámbito donde madura el pan.
Es la Patria, en resumen, el natural contorno
que abriga el desamparo del hogar frente al mundo:
un abrazo de Historia definiendo en redondo
los límites que ciñen la flor de nuestros rumbos.
Y es un largo reclamo desde el pie de los siglos
que se quiebra en astillas de cal bajo los huesos
y disperso en estrellas se eleva hacia el instinto,
basamento del arco que afirma el pensamiento.
Recóndito llamado de atávicas cadencias,
crecido en las entrañas primarias de la vida,
como un largo alarido de celo y de pelea
tendido hacia una clave de glorias compartidas.
¿Qué es el hombre sin Patria..., el hombre que traiciona
los vínculos profundos que lo anudan al suelo?
Es apenas un gajo desgajado que asoma
desnudo entre los dientes de acantilados negros;
un manojo de carne que descarnan los vientos,
lanzado por caminos de vinagre y salitre;
un jirón de neblina con los ojos abiertos
sobre un plano infinito de Norte incomprensible.
Su espíritu disperso desbordará los goznes
del criterio arraigado, que descifra el sentido
del amor y el espacio, la altura y los colores
y un vértigo sin fondo lo llevará al vacío.
La ausencia de una tierra materna y conocida,
en vez de levantarlo liviano hasta los cielos
le anudará lingotes de inhóspitas arcillas,
mudables y cambiantes detrás del paso incierto.
Tal vez intente en vano proyectar sus afectos
sobre vastas legiones de voces diferentes:
la falta de un contorno de lenguaje y de gestos
le negará la clave del orbe y de las gentes.
Porque la Patria otorga la medida intermedia
que define la altura del hombre y la intemperie
y es el punto de apoyo sobre el cual se sustenta
la dimensión primaria que vincula la especie.
El amor a la Patria situará justamente
los cariños cercanos del hijo y la mujer,
pues acuña una esfera más amplia, que trasciende
las anclas familiares que entierran nuestros pies.
Y ese amor a la Patria, que es amor apuntado
desde el centro del suelo hasta el vuelo del sol,
levantará en su ascenso nuestro amor a lo alto,
dirigido hacia el cielo, rumbo al centro de Dios.