Al norte la Patria reclina en la altura
su cabeza joven, tendiendo al naciente
despeines de selvas que se abren en verdes
coronas pintadas por flores y frutas.
El aire delgado que ahueca la puna
le ciñe la frente con lunas de nieve
y el oro del Inca refleja en sus sienes
la gloria marchita de un sol que se oculta.
Penumbras antiguas de arcos a la cal
sustentan cansados incendios de tejas
y en las cumbres altas despiertan estrellas
que en la noche bajan al algarrobal.
Arterias de plata cruzan las entrañas
profundas del cerro desnudo y ritual
(recónditas lenguas de vivo metal
latiendo en el fondo de las salamancas).
El machete traza su órbita de luz
en el firmamento del cañaveral,
mientras el tabaco madura un fugaz
porvenir aéreo de neblina azul.
Sobre el hombro izquierdo de la Patria flotan
los bosques que ordena la ley del quebracho,
sangrante dureza de rítmicos tajos
clavada en la tibia ramazón sonora.
Y el trópico cuelga pájaros de esmalte
sobre el trueno eterno de las cataratas,
que irisa un milagro fugitivo de agua
rota en las dentadas aristas del cauce.
Norte: desplegada franja del verano
que se funde en soles de viejas leyendas
y baja en el viaje que emprenden las lentas
corrientes volcadas hacia el mar lejano.
ESTE
El río y la pampa, blandos horizontes
de agua y pastizales. Horizontes chatos
del rio que simula pajonales bayos,
del campo que finge ser un mar salobre.
En el río de arcilla con crin alazana
se peinan los sauces y ensaya el pampero malambos de espuma, mientras silba cielos, milongas y cifras por entre los talas.
Y allí en la frontera del agua y del pasto,
sentada en el linde del campo y el río,
Buenos Aires tiende gavillas de trigo
desde un ancho friso de inmensos rebaños.
Vieja Buenos Aires con puertas cancel,
nueva Buenos Aires de cemento y vértigo;
torres de tornillos, mástiles eléctricos
y tapias celestes al atardecer.
Tapias de la tarde, tapiales celestes
del color del aire; puentes de glicinas
que vinculan barrios de calles tranquilas
con la pampa anclada en su orilla verde.
Barro en los zanjones y después la pampa;
sucias chimeneas y después el campo.
Allá en Mataderos reseros de paso
y un carro lechero que trota hacia el alba.
La pampa... horizonte, horizonte, horizonte...
siempre el horizonte por todos los rumbos:
frontera confusa, límite inseguro,
donde campo y cielo derriten sus bordes.
Y una sinfonía de espigas detrás
del toro que estampa su perfil heráldico
contra una laguna; (destello metálico,
patacón caído sobre el alfalfar).
OESTE
Vértigos de piedras vigilan el flanco
de la Patria nueva, de la Patria clara,
levantando duras placas de coraza
sobre sus abiertas distancias de campo.
Puntal de granito que sostiene el borde
firme de la Patria con clavos de nieve
y muerde la herida que incendia el Poniente
mientras en los valles despierta la noche.
Andes, formidable baluarte inmutable,
negra nervadura de blancas alturas,
que arraiga en el cuarzo sus vetas profundas
y el cóndor corona con círculo de aire.
Puente intransitable de nobles sillares
que abarca en su abrazo la América entera
y que no levanta su gloria suprema
sino cuando alcanza la Patria en su viaje.
Quiebran las quebradas hachazos de viento,
despertando flautas en cada garganta
y entre cerrazones de grises hilachas
duerme el Aconcagua sólido silencio.
Derrama el deshielo su llanto fundido
que nutre la alegre geometría del riego
breve hidrografía de límites rectos
cuya voz de plata promete racimos.
Lágrimas del cerro y un canto de sol
repiten el rojo conjuro ancestral
que anima la limpia curva de cristal
con clásicas rosas de liviano alcohol.
Las rosas del vino maduro y cordial
alumbran la mano fresca de la Patria,
donde el tiempo borra huellas de una lanza
que en sus años bravos tuvo que empuñar.
SUR
Allí donde hierven su abrazo dos mares
mezclando las aguas con flores de espuma,
la Patria diluye sus pies en la bruma
filosa de helados cuchillos australes.
La costa desgarra banderas de viento
que enarbolan restos de viejos naufragios
donde el agua asienta jardines calcáreos
y el miedo ilumina con tenues espectros.
Hasta el nudo exacto de los meridianos
la Patria prolonga su ambición en cuña,
bajo las enormes estrellas que alumbran
la helada pureza del desierto blanco.
Y afirma en la dura barra del Estrecho
su abierta figura de nombres recientes
forjada con golpes de audacia y de suerte
sobre los dominios que rige el Invierno.
Torrentes de lana bajan lentamente
desde las mesetas estriadas con piedra
y el tiempo descubre su voz de madera,
redonda en los troncos que el hacha somete.
Lagos sigilosos duermen en la sombra
del suelo su oscuro fermento ancestral
de saurios y bosques, ahogados en gas
por las anchas leguas de la Patagonia.
Y contra el costado dulce de la Patria,
quebrado el impulso bárbaro del viento,
recortan paisaje los claros espejos
del agua dispersos entre las montañas.
Tierras de mañana, plateado confín
de hielo y de lana, de aguardiente y balas,
que alumbra el petróleo y la Patria clava
como una avanzada rumbo al porvenir.